Ricardo Bajo

5 de noviembre de 2021

La frase más repetida de “Wajtacha” es esta: “el Tío no existe”. Los espectadores entramos a la mina/teatro y también nos da miedo la oscuridad y el estruendo. El Tío ha sido colocado en las habituales graderías del espacio El Bunker. El Tío nos mira impávido/siniestro. El público forma un pasillo de sillas por donde desfilan los protagonistas hacia el socavón. Los gritos molestan, los latigazos rozan, el alcohol nos salpica y el polvo se impregna en los rostros. Es el teatro inmersivo que rompe la cuarta pared para molestar, para incomodar, para interpelar, para sacudir.

“Wajtacha” –la sorpresa grata de la temporada teatral 2021- regala un texto bien construido que te lleva a donde quiere (a cuestionar todas nuestras supersticiones), acompañado por una actuación soberbia de un elenco coral/parejo donde brilla Antonio Peredo en un papel hecho a su medida. Es Franklin, el jefe sindical de la mina que duda, que navega entre la fidelidad a sus compañeros o al patrón, que encara/soborna al cura (y al rol de la iglesia católica que se cree dueña de cuerpos y almas). Es un hombre desquiciado por el Tío (al cual mata para acabar con su idolotraría sanguinaria). Peredo compone –en su mejor papel en años- un personaje trágico y atormentado, vencido/sobrepasado por las circunstancias, un ateo en combate. Todos van a huir con el oro menos él.

Así como los cerros cambian de color según la luz que reciben, nuestra visión del Tío cambia a medida que la obra avanza: el diablo/deidad protectora de la mina es “magia de indios”, es una excusa de la patronal para no brindar seguridad al interior mina, es una herejía a ser extirpada, es una fantasía de los curas. El Tio, al final, es una mujer que pide sangre/muerte de los mineros por su hijo asesinado/ofrendado.

La inaudita obra del español Luis Miguel González Cruz pone el foco del casco minero (los recursos de puesta en escena simulando la mina son explotados como una rica veta) en una mujer coraje: Claudia Ossío se roba el show con una actuación a ratos comedida/instrospectiva, a ratos desmadrada/hiperbólica. Ella es Sonia, ella es una mujer valiente porque se enfrenta a todo lo que cree, es una mujer que no hace caso a su marido (borracho y holgazán). A Sonia le cortan la lengua (en una escena brutal) pero no le roban su voz poderosa. Sonia es el Tío resucitado, antes de irse al valle bailando morenada. De la desesperación ha hecho una virtud. Es una Antígona de hoy en día, tozuda, desobediente e insumisa.

Al buen hacer de Peredo y Ossio (curtidos en un proyecto estable y fructuoso como El Bunker, una verdadera casa de creación, a puro pulmón) se unen tres actores sumamente sólidos y versátiles como Fernando Romero Patón, Marcelo Sosa y un renacido Raúl “Pitín” Gómez, en el papel bordado de empresario cínico e hipócrita. El diseño sonoro y la música a cargo de Javier “Capi” Tapia es un personaje más.

¿Hay que estar loco para bajar a la mina, hay que estar loco para creer en el Tío, hay que estar loco para ofrendar el cuerpo de un niño para saciar la sed de venganza? ¿O solo hace falta tener miedo/hambre? ¿O solo es preciso poseer la ambición como bandera? ¿Se puede hacer una huelga al Tío, una revolución en el infierno? ¿Se puede derrotar al diablo para que la gente lo olvide?

“Wajtacha”, una coproducción de Teatro del Astillero y El Bunker, es un viaje de búsqueda, es un descenso al averno, es una locura con muertos vivientes, es una diablura, una tragedia griega. Es una apuesta (arriesgada y vencedora) por nuestro lado tenebroso, por las sombras que alumbran. Es un duelo contra los demonios y ángeles de cada uno. Es una batalla contra el miedo. “Wajtacha” necesita de la oscuridad para brillar. Y brilla.

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