El coro en los recuerdos de una dictadura trágica: Con las botas bien puestas

La autora reseña la obra dirigida por Antonio Peredo y estrenada la semana pasada en El Bunker.

Las dictaduras latinoamericanas todavía arden en el recuerdo de muchos que las vivieron, y también lo sé, en sus descendientes. La imagen -a veces borrosa, por el dolor- de un sistema macabro y represivo tiene sus diferentes formas de manifestarse. También la memoria se vuelve tangible de distintas maneras en esta obra.

Con las botas bien puestas (escrita y dirigida por Antonio Peredo Gonzales) puede ser la historia de una sola mujer que se despliega en cuatro voces, en cien voces; como también puede la historia de todas las mujeres torturadas, exiliadas o desaparecidas que convergen en un cuadro de diálogo. El narrador y dramaturgo ecuatoriano Jorge Icaza decía que “no hay monólogo interior en Hispanoamérica, sino diálogo interior porque nuestro espíritu no está cuajado, no está hecho, no está completo. El espíritu es un producto de la historia, de la vida. Nuestra historia y nuestra vida ¿qué fueron? La historia de la conquista ¿qué fue? Fueron el choque de dos culturas, fue el choque violento de dos sistemas”.

Si bien esta afirmación la dijo para complementar sobre el tema del mestizaje en su narrativa, es una afirmación que nos habla sobre la identidad. La historia latinoamericana del siglo XX fue un eterno choque entre sistemas, el colapso contra la injusticia, y es por esto que en nuestro continente aún no hay monólogos, hay diálogos. Nuestra identidad es dialogal y creo que esto es lo primero que destaco de esta bellísima y conmovedora obra. Los diálogos, sin importar que sean la colectivización de una sola historia o la individualización de todas las historias de los desaparecidos, son la muestra de que todavía nos falta procesar todo lo que nos ha ocurrido en las últimas décadas.

Nuestro espíritu aún no está completo, porque todavía la historia no nos está dejando ver un horizonte más completo, más amplio, y eso sólo lo realizaremos a través de la memoria. Y la memoria se la produce de manera colectiva. Nos falta dialogar aún más para entender nuestra propia historia personal. Dialogar entre nosotros, dialogar con el pasado, dialogar con la historia y desde la memoria. Creo que Antonio Peredo escribe este texto como un ensayo de búsqueda de la memoria colectiva para elaborar un monólogo personal de su propia historia y la de los suyos. Sostengo que los diálogos presentados por las cuatro actrices están muy bien elaborados para entender las etapas del duelo que dejaron las dictaduras en América Latina: el dolor de entonces, y el dolor de ahora, diferente, desde la memoria.

Hay una muy linda mezcla entre conversación cotidiana (desde la resistencia política, desde la vida personal, desde el ocio), poesía, memorias y epistolar que hace que el tema del diálogo se complejice, y que a la vez nos aclare nuestra propia posición en la memoria de hoy.

La mezcla que se realiza también en lo sonoro, lo que nos muestra una linda sensación de un tono coral que me hace remitir a la tragedia griega. Hay un coro que nos cuenta la historia de la heroína que protesta y se rebela ante un destino impuesto por algo más grande que los dioses: la política. Las heroínas trágicas viven un duelo por una violencia bélica heredada de sus antepasados y probablemente lo heredarán sus descendientes, muchos de ellos presentes en el público. Ya lo dijo el filósofo inglés Simon Critchley: “Debemos reinventar los clásicos con nuestra propia sangre”, y esta obra es una clara muestra de esto.

De igual manera, hay un uso del escenario y escenografía que es lindísimo. El escenario tiene dos frentes, así que el público vio la obra desde distintos puntos, porque para estudiar la historia hay que tener perspectiva. A la vez, gracias a este despliegue del escenario, las actrices pudieron desempeñarse desde todos los ángulos y creo que fue uno de los factores para que ellas pudieran dar todo de sí, y bien que lo hicieron (voy a destacar la actuación de Daniela Lema, quien nos hace compartir sus lágrimas).

La escenografía muestra objetos viejos y en desuso, que dan la impresión de un ambiente de campo de concentración, de encierro. Pero estos objetos al parecer inútiles son objetos de reconstrucción de la historia y lo hacen como utilería, como instrumento al compás de la música, como espacio de los hechos. Finalmente, sirven para crear el sonido de la bulla: la de la opresión y la de la rebelión.

Lo último que quiero resaltar es la acción de bordado: las actrices dialogan, hacen, sienten mientras bordan. Y la metáfora está clara, se está bordando una historia, un sentimiento, puntada a puntada se construye la memoria, se establecen las palabras clave para comenzar un diálogo productivo.

Cada una de las actrices construyó bellamente un pilar del diálogo, hablándose entre ellas, hablándonos a nosotros. Nací en democracia y mi historia familiar me enseñó que no ha sido fácil, que fue un proceso doloroso, casi imposible de soportar. Pero hubo palabras en esta obra que me ayudaron a conversar con mi propia historia.

  • Artículo publicado en Letra Siete, periódico Página Siete, 7 de abril de 2019, La Paz – Bolivia

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